Inicio Opinión Jesús A. López González Generación Z: la juventud que desafía el poder y reescribe la política...

Generación Z: la juventud que desafía el poder y reescribe la política global

0
19

Jesús Alberto López González

Doctor en Gobierno (London School of Economics and Political Science), maestro en Políticas del Desarrollo en América Latina y licenciado en Relaciones Internacionales (UNAM).
Profesor investigador en El Colegio de Veracruz, y director general (2010-2012). Miembro del SNI (2010-2015) y fundador de la Red de Investigación CONAHCYT sobre Calidad de la Democracia. Becario del CHDS en EE. UU. Secretario de la Comisión de Relaciones Exteriores, América Latina y el Caribe en el Senado. Embajador de México en Trinidad y Tobago (2016-2018).
Ha sido profesor invitado en el CISEN, CESNAV, la Universidad de Londres, la UDLA Puebla, la Universidad Anáhuac y la Universidad Veracruzana.

La Generación Z —personas nacidas entre mediados de los noventa y principios de la década de 2010— está transformando la política global y la conciencia social a nivel mundial. Es la primera generación que creció con un teléfono inteligente en la mano, con acceso casi ilimitado a la información y una percepción global que trasciende fronteras e identidades. A diferencia de la supuesta apatía de los millennials, la voluntad de actuar define a esta generación, junto con su capacidad de organización digital y su desconfianza hacia las estructuras tradicionales de poder.

Hoy, ningún país puede entender su política interna —ni su proyección internacional— sin observar el papel que desempeña su juventud. Desde África hasta América Latina, la Generación Z ha demostrado que puede sacudir gobiernos, alterar economías y poner en jaque instituciones.

Este poder transformador se ha hecho visible en distintos continentes. En Madagascar, en 2025, una ola de protestas encabezada por jóvenes universitarios y activistas digitales derivó primero en la disolución del gobierno y después en la renuncia del presidente. Lo que comenzó como una movilización contra los cortes de agua, la pobreza y la corrupción se convirtió en un movimiento nacional por una mayor apertura democrática. A través de redes sociales como TikTok y X (antes Twitter), miles de jóvenes coordinaron manifestaciones, documentaron abusos y presionaron a la comunidad internacional. No fue un partido político ni una figura tradicional quien lideró el cambio, sino una generación que aprendió a usar la tecnología como instrumento de poder.

Chile vivió algo parecido en 2019. Las movilizaciones estudiantiles —lideradas por jóvenes— desencadenaron una transformación institucional sin precedentes. Lo que empezó como una protesta por el aumento del precio del metro se convirtió en un estallido social que cuestionó el modelo económico y la desigualdad estructural. De esas protestas surgió el proceso constituyente, uno de los ejercicios democráticos más ambiciosos de América Latina. Aunque su desenlace ha sido complejo, el punto es claro: la juventud chilena cambió la agenda nacional, llevó al poder a un candidato identificado con la izquierda —cuya campaña se desarrolló casi por completo en redes sociales— y obligó a replantear la relación entre Estado, ciudadanía y justicia social.

En otras regiones la historia se repite con matices distintos. En Irán, jóvenes mujeres encabezaron en 2022 las manifestaciones más grandes en décadas tras la muerte de Mahsa Amini. En Hong Kong, miles de jóvenes defendieron la autonomía de su territorio frente a la represión. En Nigeria, el movimiento #EndSARS, liderado por jóvenes, logró disolver una unidad policial acusada de brutalidad. En cada caso, el patrón se repite: redes digitales, causas universales y liderazgo descentralizado que combina la acción local con la visibilidad global.

Pero esta generación no solo protesta en las calles: también empieza a ocupar espacios formales de poder. Un ejemplo emblemático es Zohran Mamdani, nuevo alcalde de Nueva York. A sus 34 años, hijo de migrantes, musulmán y demócrata socialista, llegó a la alcaldía con una campaña centrada en la asequibilidad de la ciudad: transporte público más barato, vivienda accesible y salarios justos. Su campaña se construyó con donantes pequeños, voluntarios jóvenes y una estrategia digital constante. Aunque, por edad, pertenece al final de la generación millennial, su cultura política y su base social reflejan a la Generación Z: jóvenes que no se sienten representados por la política tradicional, pero sí dispuestos a organizarse en torno a causas concretas como el costo de vida, la justicia racial o el cambio climático.

Para el campo de las Relaciones Internacionales, la Generación Z plantea un desafío teórico fascinante. Tradicionalmente, este campo se centraba en los Estados y las instituciones multilaterales, pero hoy el escenario está lleno de actores no estatales capaces de transformar agendas y alterar las correlaciones de poder. Su impacto es tan visible que la diplomacia contemporánea ha debido adaptarse: gobiernos y organismos internacionales monitorean las redes sociales, incorporan estrategias digitales y entienden que, en el siglo XXI, un tuit puede tener más efecto que un comunicado oficial.

El activismo digital, sin embargo, también tiene sombras: la saturación informativa diluye las causas, los algoritmos priorizan la emoción sobre el análisis y el entusiasmo colectivo puede desvanecerse tan rápido como surge. La Generación Z deberá aprender a convertir su energía viral en estructuras políticas sostenibles si quiere consolidar los cambios que impulsa.

Aun con sus dilemas —polarización, ansiedad digital, desinformación—, esta generación comparte una convicción poco común: no aceptar el mundo tal como lo heredó. Su lenguaje es distinto, su moral es global y su activismo trasciende las etiquetas ideológicas. México no es ajeno a esta tendencia. Las marchas feministas, las campañas ambientales y las expresiones artísticas impulsadas por jóvenes forman parte del mismo impulso que, en otros países, ha transformado el orden político. Las causas que los mueven —corrupción, desigualdad, violencia de género, cambio climático— son universales, y la generación que las enfrenta también lo es.

La Generación Z no solo protesta; también propone, crea y transforma. En un mundo interdependiente, su capacidad para conectar causas locales con narrativas globales podría ser la semilla de una nueva forma de gobernanza: más empática, más digital y, sobre todo, más humana.

SIN COMENTARIOS

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí