Lot Mariam Geronimo Cuevas
IG: mariam.lg
substrack: mar1503
El triunfo de Fátima Bosh como Miss Universo 2025 vuelve a colocar a México y a América Latina en el centro del mapa geopolítico de la belleza. Pero esta vez ocurrió algo distinto: Bosh no solo ganó por encarnar un ideal estético, sino por subvertirlo. Su discurso —centrado en igualdad, autonomía y derechos de las mujeres— no se limitó a las frases amables que suelen acompañar este tipo de eventos. Lo suyo fue una declaración política. Y su impacto va más allá de la corona.
Durante décadas, los concursos de belleza han sido leídos como vitrinas frívolas o escaparates superficiales. Pero en América Latina se convirtieron en una arena geopolítica particular: un espacio donde países históricamente relegados del poder económico y militar encontraron una forma alternativa de visibilidad global. Venezuela, Puerto Rico, Colombia y México han usado estos certámenes como herramientas de soft power cultural, demostrando que la belleza también es una narrativa que se exporta. Lo que pocas veces se discute es cómo ese poder, construido sobre la imagen de la mujer, recae precisamente sobre quienes históricamente han sido excluidas de las estructuras formales de decisión.
Por eso el triunfo de Bosh resulta disruptivo. Ella se coronó desde otra lógica: una que no usa a la mujer como símbolo, sino que devuelve a la mujer el poder de cuestionar el sistema que la representa. Cuando habló de igualdad salarial, de acceso a oportunidades, de violencia de género y de la urgencia de cambiar las estructuras que siguen limitando la autonomía femenina en América Latina, hizo algo más poderoso que ganar un título: tensó la narrativa. Expuso que la región ya no solo quiere ser reconocida por coronar reinas, sino por construir mujeres visibles, críticas y políticamente conscientes.
Su victoria también obliga a mirar la contradicción latinoamericana: una región donde la belleza femenina se exhibe con orgullo nacional, pero donde millones de mujeres viven desigualdades económicas, laborales, territoriales y de seguridad. Latinas admiradas en un escenario global, mientras miles enfrentan barreras que parecen imposibles de derribar. Bosh, al posicionar desde la tarima estos temas, expuso esa dualidad y abrió un nuevo campo de debate: ¿cómo transformar un certamen tradicionalmente patriarcal en una plataforma de exigencia social?
La geopolítica del concurso cambia cuando una mujer latina no se limita a “representar” a su país, sino que cuestiona los valores que su propio país —y la región— deben transformar. En ese sentido, el mensaje de Bosh se volvió colectivo. No habló solo como mexicana, sino como parte de un bloque latinoamericano donde las mujeres han cargado con símbolos, expectativas y estereotipos, pero también con la fuerza y el liderazgo que sostienen comunidades enteras.
Miss Universo 2025 no fue, entonces, solo una victoria estética. Fue un recordatorio de que Latinoamérica ya no quiere ganar coronas; quiere ganar derechos. Que la belleza, cuando se articula con conciencia, puede ser un acto político. Y que Fátima Bosh, con una voz firme desde un escenario global, hizo lo que las grandes figuras culturales logran: convertir una plataforma tradicional en un espacio para incomodar, exigir y proponer.
Si este triunfo abre una nueva etapa en la narrativa latinoamericana de la belleza, será porque una mujer decidió que el brillo no está en la corona, sino en el poder de decir lo que durante mucho tiempo se esperaba que callara.
