Hugo López Rosas
Biólogo con doctorado en Ecología y Manejo de Recursos Naturales. Se desempeña como Profesor Investigador en El Colegio de Veracruz y forma parte del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (nivel 1) desde 2009.
Durante años se debatió si el cambio climático era un fenómeno natural o provocado por las personas. Hoy ya no hay espacio para dudas. Cuatro décadas de investigación, datos satelitales y análisis atmosféricos han llevado a una conclusión firme: el calentamiento global observado desde 1850 es resultado directo de nuestras actividades. No se trata de una opinión, sino de una verdad respaldada por evidencia abrumadora.
Los datos son contundentes. En 2024, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera alcanzó 422.5 partes por millón, un 52% más que antes de la Revolución Industrial, y el nivel más alto en al menos 800,000 años. El metano atmosférico es ahora 2.5 veces mayor que su nivel natural, y el óxido nitroso ha aumentado un 25%. Aunque invisibles, estos gases están alterando el equilibrio térmico del planeta de manera profunda.
Gracias a una red mundial de satélites, estaciones, boyas y globos, se recopilan millones de datos diarios que muestran un patrón claro: los océanos se calientan, los glaciares retroceden, el nivel del mar sube y las temperaturas aumentan más rápido que nunca en la historia moderna. Todo esto coincide con la expansión industrial y el uso masivo de combustibles fósiles.
¿Qué hay de las causas naturales? También han sido examinadas con detalle. La actividad solar, que en el pasado influía en el clima, ha disminuido desde los años 60, justo cuando las temperaturas globales comenzaron a subir con fuerza. Las erupciones volcánicas actuales apenas representan una fracción mínima de las emisiones en comparación con las actividades humanas. Fenómenos como El Niño solo generan variaciones temporales. Al descartar cada posible causa natural, solo queda una explicación posible: nuestras emisiones.
El proceso no es simple. El CO₂ por sí solo no explica todo el calentamiento; causaría apenas 1.2 °C si su concentración se duplicara. Pero el sistema climático tiene mecanismos que amplifican ese efecto. Al subir la temperatura, se evapora más agua de los océanos. El vapor de agua, un gas de efecto invernadero aún más potente, refuerza el calentamiento. Esta retroalimentación positiva duplica o triplica el impacto original del CO₂.
Los satélites han confirmado que este mecanismo funciona tal como lo describen las leyes físicas. La cantidad de vapor de agua en la atmósfera ha crecido entre 1 y 2% por década, en línea con lo que predicen los principios básicos de la termodinámica. Por cada grado que aumenta la temperatura en la superficie, la humedad en capas altas crece entre 10 y 15%.
También se ha identificado con claridad quiénes son los principales emisores. Generar electricidad con carbón, gas o petróleo representa entre 31 y 34% de las emisiones globales. La agricultura y la ganadería suman cerca de 30%. El transporte contribuye con 15 a 16%, y la industria pesada con otro 16%. La deforestación, sobre todo por la expansión agrícola y ganadera, añade un 10% adicional.
Estos resultados dejan poco margen de interpretación. No se trata de un fenómeno incierto ni discutible, sino de un hecho físico tan claro como la gravedad. Los factores naturales que antes regulaban el clima ya no tienen un papel relevante frente al impacto humano. Hemos modificado el sistema climático global en menos de dos siglos.
La rapidez con la que está ocurriendo este cambio es inquietante. El ritmo actual de aumento del CO₂ es más de 10 veces superior al de cualquier cambio natural sostenido en los últimos 22,000 años. Ecosistemas, especies y sociedades que se adaptaron a un clima relativamente estable durante miles de años ahora enfrentan transformaciones que antes habrían tomado milenios.
Este conocimiento elimina cualquier ambigüedad sobre quién tiene la responsabilidad y qué debe hacerse. Cada tonelada de CO₂ emitida alimenta el problema y activa los mecanismos naturales que lo empeoran. Las leyes físicas no se detienen ante fronteras, campañas políticas o cumbres internacionales. Siguen su curso, con consecuencias que ya están en marcha.
La ciencia climática ya cumplió su parte: identificó las causas, midió los efectos y mostró hacia dónde vamos. Ahora surge la pregunta: como ciudadanos o como gobiernos, ¿cómo actuaremos con esta información tan confiable?