Edgar Sandoval Pérez
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“La mitad de los jóvenes en México vive con ansiedad por dinero y deudas.”
El estrés financiero se ha convertido en una constante silenciosa en la vida de millones de jóvenes mexicanos. No es solo una sensación pasajera, sino una carga persistente que afecta su bienestar mental, sus relaciones y su capacidad de construir un futuro estable. En México, y especialmente en Veracruz, este fenómeno ha alcanzado niveles que deberían considerarse un asunto de salud pública.
De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Salud Financiera (ENSAFI) 2023 elaborada por el INEGI y la CONDUSEF, el 36.9 % de la población adulta en México presenta un nivel alto de estrés financiero, mientras que otro 34.6 % vive con un nivel moderado. En conjunto, más de siete de cada diez mexicanos mayores de 18 años reconocen sentir preocupación constante por su dinero. Dentro del grupo de 18 a 29 años, el 28.6 % presenta niveles altos de estrés, y si se suman los moderados, el total asciende a casi 70 %. Esta cifra retrata con crudeza a una generación que vive al límite de sus finanzas.
El panorama se agrava cuando se observa el entorno de los jóvenes trabajadores. La mitad de ellos afirma que su ingreso no les alcanza para cubrir los gastos básicos sin endeudarse, y tres de cada diez han tenido que retrasar el pago de alguna deuda en el último año. En un contexto de inflación persistente, salarios que crecen por debajo del costo de la vida y empleo precario, la estabilidad económica se vuelve una ilusión. El 56 % de los jóvenes reconoce que la inflación ha sido su principal fuente de estrés financiero, y el 73 % admite que le resulta imposible ahorrar.
En Veracruz, la situación no es distinta, aunque las causas tienen matices locales. Según datos recientes basados en la ENSAFI, el 39.2 % de los adultos veracruzanos vive con estrés financiero moderado. Si extrapolamos esa proporción al grupo de 18 a 40 años, se puede estimar que al menos cuatro de cada diez jóvenes enfrentan problemas financieros significativos. En un estado con altos niveles de informalidad laboral, menores salarios promedio y baja educación financiera, el peso del dinero se convierte en un factor estructural de ansiedad.
El estrés financiero no surge solo por falta de recursos; también se alimenta de la incertidumbre. En México, solo el 53 % de la población lleva algún registro de sus ingresos y gastos, y menos de la mitad tiene un ahorro formal. Esto significa que millones viven al día, sin capacidad de respuesta ante emergencias. Cuando una enfermedad, un despido o un imprevisto ocurre, el impacto psicológico es inmediato. La ENSAFI revela que el 34.9 % de los encuestados ha sufrido consecuencias físicas —como insomnio, gastritis o dolores de cabeza— relacionadas con la preocupación económica.
Más que un problema individual, el estrés financiero refleja una falla sistémica. Los jóvenes enfrentan un doble desafío: ingresos bajos y educación financiera insuficiente. La mayoría no fue formada para planear gastos, usar crédito de manera responsable o establecer metas de ahorro realistas. En Veracruz, donde muchas familias dependen de trabajos informales o temporales, las finanzas personales se gestionan desde la urgencia y no desde la previsión. El resultado es una espiral de deuda, improvisación y angustia constante.
La política pública y la cultura empresarial tienen mucho que hacer ante este escenario. Es indispensable promover programas de educación financiera desde el nivel medio superior, con enfoque práctico y herramientas digitales. Del mismo modo, los gobiernos estatales podrían impulsar incentivos fiscales o pequeños fondos de ahorro laboral para jóvenes trabajadores, ayudándolos a crear colchones financieros que reduzcan la vulnerabilidad. Para las empresas, ofrecer talleres de bienestar financiero y asesoría sobre créditos podría marcar la diferencia en la productividad y la salud emocional de su personal.


