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Lagunas interdunarias de Veracruz: la última defensa que estamos dejando colapsar

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Hugo López Rosas

Biólogo con doctorado en Ecología y Manejo de Recursos Naturales. Se desempeña como Profesor Investigador en El Colegio de Veracruz y forma parte del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (nivel 1) desde 2009.

Las lagunas urbanas de Veracruz no son un adorno del paisaje ni un obstáculo para la ciudad. Funcionan como una barrera natural frente a inundaciones más frecuentes, episodios de calor extremo y el deterioro progresivo de las condiciones de vida. Pese a ello, durante años se les trató como espacios sacrificables y se permitió su deterioro. No lo son. Y lo sabemos porque su importancia quedó registrada mucho antes de que empezaran a aparecer en la conversación pública.

El estudio serio de estos humedales se inició en Veracruz. La primera investigación profunda fue la tesis doctoral de Clorinda Sarabia en el Colegio de Posgraduados, dirigida por Patricia Moreno-Casasola, investigadora emérita del INECOL. Ese trabajo mostró que los cuerpos de agua entre dunas no eran charcos desconectados, sino un sistema vivo que sostenía el equilibrio hidrológico y ecológico de la región. Más adelante, Luis Alberto Peralta Peláez, del Tecnológico de Veracruz, retomó los análisis junto con Patricia, ampliando el conocimiento sobre contaminación, circulación del agua y pérdida de biodiversidad. Con el tiempo, ese esfuerzo derivó en uno de los proyectos estratégicos del INECOL, nuevamente bajo la coordinación de Patricia y con la participación de especialistas costeros, estudiantes e investigadores de distintas instituciones, entre ellas El Colegio de Veracruz. Esta trayectoria importa porque demuestra que la crisis actual no es una sorpresa: sus causas y efectos se conocen y se han documentado durante décadas.

Los datos son claros. La laguna D recibe descargas de la planta de tratamiento de Grupo MAS con niveles de nitratos hasta diez veces superiores a los recomendados. En las lagunas Tortugas y Lagartos se han detectado concentraciones de nitrógeno amoniacal que delatan drenajes clandestinos de aguas negras. Otras lagunas están perdiendo oxígeno por la descomposición acelerada de materia orgánica, lo que provoca la muerte de peces, tortugas y plantas acuáticas. Espacios que hace poco mantenían agua limpia, vegetación nativa y fauna diversa (como ocurrió en la laguna Las Conchas alrededor de 2014) hoy muestran señales avanzadas de eutrofización y mal olor. Todo esto se confirma en registros de monitoreo acumulados durante más de veinte años.

El deterioro está a la vista y también sus impactos. Veracruz olvidó que estas lagunas son infraestructura natural. Durante el huracán Karl en 2010, las zonas que históricamente se inundaban coincidieron con antiguos humedales rellenados para urbanizar. En cambio, las lagunas que se conservaron activas funcionaron como vasos de regulación capaces de retener enormes volúmenes de agua. Replicar esa función con obras de ingeniería cuesta millones; en cambio, la naturaleza la realiza de forma continua y sin costo.

A ello se suma el aumento del calor. Las olas de calor ya forman parte del clima cotidiano. Las lagunas y su vegetación generan áreas más frescas que reducen varios grados la temperatura en un radio de hasta 180 metros. En una ciudad dominada por el pavimento, donde los termómetros superan los 40 °C cada vez con más frecuencia, estos microclimas no son un accesorio, sino un alivio necesario. Sin embargo, estamos dejando que se pierdan.

En 2016, las 33 lagunas fueron declaradas Área Natural Protegida y sitio Ramsar. Sobre el papel es un avance, pero en la práctica el decreto no ha frenado la contaminación, los rellenos ilegales, la entrada de especies invasoras ni la fragmentación del territorio, como evidenció la desincorporación judicial de 2025. Las fallas están en la vigilancia, el cumplimiento de la normativa y la coordinación institucional.

La ciudad enfrenta una decisión. Puede seguir permitiendo que estas lagunas se conviertan en depósitos de basura y aguas residuales, o puede convertirlas en una estrategia basada en la naturaleza para reducir riesgos y mejorar la vida urbana. Las acciones necesarias están identificadas desde hace tiempo: eliminar descargas clandestinas, fortalecer el tratamiento de aguas residuales, recuperar vegetación nativa, retirar especies exóticas, reforestar bordes y establecer vigilancia ambiental con participación vecinal. No se necesita inventar nada; solo aplicar lo ya demostrado.

Hay ejemplos que muestran el camino. En las lagunas Ensueño e Ilusión, los vecinos han retirado lirio, gestionado mejoras en la calidad del agua y construido una comunidad organizada que cuida la laguna. Esa experiencia puede replicarse si existe voluntad pública, transparencia y apoyo técnico sostenido.

La ciencia ya cumplió con su parte: documentó el deterioro, explicó por qué ocurre, propuso soluciones y mostró que la recuperación es posible. Lo que está en juego no es únicamente la salud ecológica de las lagunas, sino la seguridad y la habitabilidad de la ciudad. Cada laguna perdida implica más calor, más inundaciones y una vida urbana más difícil. El dilema ya no es científico; es político y social. Está por definirse si Veracruz permitirá que un patrimonio natural que ha resistido miles de años desaparezca en una sola generación.

Laguna El Coyol, Col. Adolfo López Mateos, Veracruz. Foto: Hugo López Rosas

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