Dr. José Antonio Molina Hernández
En México, la planeación del desarrollo municipal debería ser un motor sólido para la transformación local. Así lo mandatan la Constitución, la Ley de Planeación y los ordenamientos estatales. Sin embargo, en la práctica sigue siendo uno de los procesos más débiles, improvisados y, paradójicamente, más determinantes para el futuro de nuestras comunidades. Un municipio que no planea bien condena su presente y posterga su porvenir.
Cada tres o cuatro años se repite el mismo ciclo: llega un nuevo gobierno municipal y, entre ceremonias, nombramientos y urgencias políticas, debe elaborar un Plan Municipal de Desarrollo que defina el rumbo de los siguientes años. Este instrumento debería construirse con rigor técnico, visión estratégica, participación ciudadana real y la capacidad de orientar el gasto hacia donde más duele y más urge. Pero muchas veces ocurre lo contrario.
La realidad muestra planes elaborados con prisas, sin metodología, sin diagnósticos sólidos, sin conexión con las vocaciones locales, sin análisis territorial y, peor aún, sin participación ciudadana significativa. Con frecuencia se confunde escuchar con participar, recopilar datos con diagnosticar y cumplir el trámite con planear el desarrollo. Mientras tanto, los problemas —inseguridad, falta de agua, rezago urbano, desigualdad, deterioro ambiental— permanecen ahí, inalterables, observando cómo los gobiernos cambian y los planes se reciclan.
Uno de los vicios más evidentes es la visión cortoplacista. Los gobiernos municipales duran tres o cuatro años, pero los retos requieren al menos treinta. ¿Cómo construir futuro cuando cada administración empieza de cero, rompe inercias, desconoce avances y reescribe prioridades? La planeación debería ser una brújula que trascienda a los gobiernos, no la carta de presentación de cada alcalde.
A ello se suma la simulación participativa. En muchos municipios, “participación ciudadana” se reduce a organizar un foro, tomar fotografías y seguir adelante con lo ya decidido. Pero la planeación participativa implica escuchar de verdad, deliberar, construir acuerdos y reconocer que la visión de desarrollo surge de la vida cotidiana de las comunidades. Abrirse a la sociedad no es debilidad, sino un acto de responsabilidad pública.
Las administraciones locales enfrentan también carencias técnicas: equipos sin capacitación, herramientas digitales inexistentes, metodologías improvisadas o copiadas sin análisis de pertinencia. En pleno siglo XXI, muchos planes se elaboran como hace dos décadas: con archivos dispersos, sin integración, sin indicadores y sin plataformas de seguimiento. ¿Cómo evaluar lo que no se mide? ¿Cómo corregir lo que no se conoce?
Otro problema es la falta de vinculación entre el plan y el presupuesto. Un plan que no se refleja en el gasto es literatura, no política pública. De poco sirve enumerar acciones y metas si el presupuesto se distribuye por criterios políticos, clientelares o de ocurrencia. La coherencia entre plan y presupuesto debería ser obligatoria.
Aun así, hay futuro. Las tendencias actuales señalan la urgencia de fortalecer enfoques como la gobernanza, la sustentabilidad, la perspectiva de género y la planeación intermunicipal, especialmente en zonas conurbadas. Problemas como movilidad, contaminación, seguridad o crecimiento urbano no reconocen fronteras administrativas: si los municipios no piensan juntos, fracasan juntos.
Por ello, México necesita construir una Guía Nacional de Planeación Municipal que establezca estándares mínimos, metodologías claras y principios obligatorios para asegurar calidad, coherencia, participación e impacto. No se trata de centralizar, sino de democratizar capacidades.
Un país no puede aspirar al desarrollo nacional si descuida a sus gobiernos más cercanos a la gente. Fortalecer la planeación municipal no es solo un asunto técnico: es una urgencia democrática. Mientras cada plan no se convierta en una verdadera hoja de ruta que inspire confianza y convoque a la acción colectiva, seguiremos acumulando diagnósticos brillantes y realidades estancadas. Y México ya no tiene tiempo que perder.


