Lot Mariam Geronimo Cuevas
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En México, hablar de ciudadanía siempre ha sido hablar de aspiraciones: democracia, participación, derechos, responsabilidades. Pero en los últimos años —entre crisis de representación, polarización digital, hartazgo social y un sistema político que muta con velocidad electoral— surgió un matiz inquietante: la diferencia entre participar y ser politizado. No es lo mismo, y en México cada vez pesa más reconocerlo.
El boom de la “ciudadanía politizada”
Las marchas, los hashtags, las posturas instantáneas en redes, los influencers que opinan como si fueran analistas, las “guerras culturales” importadas de Estados Unidos y Europa… todo ha creado un ambiente en el que la ciudadanía parece más activa que nunca. Pero, ¿lo está?
La politización actual no siempre deriva del ejercicio crítico de la ciudadanía. Más bien, se ha convertido en un proceso donde los discursos partidistas moldean percepciones, emociones y acciones. No es compromiso público; es adhesión emocional. Estribillos y narrativas listas para repetirse.
México ha visto cómo grupos enteros —sobre todo jóvenes— basan su posicionamiento político no en la comprensión de políticas públicas, sino en la estética, la identidad y la afinidad afectiva hacia figuras específicas. Lo vimos con movimientos digitales de ambos lados del espectro: desde la defensa irrestricta del proyecto en el poder hasta el rechazo automático a todo lo que provenga de él.
Esta politización masiva genera ruido… pero no necesariamente participación.
Participar no es viralizar, y votar no es suficiente
La participación ciudadana implica involucrarse en procesos que transforman algo: organizarse, dialogar, exigir, construir. Requiere tiempo, entendimiento y una dosis importante de responsabilidad colectiva.
En contraste, la politización es inmediata, emocional, y muchas veces superficial. Un ejemplo reciente es cómo los debates públicos en torno a la seguridad, la reforma judicial o los apoyos sociales se reducen a frases que circulan en redes sin contexto, sin análisis, sin memoria histórica. Un país que reduce temas estructurales a “me gusta” o “no me gusta” no está participando: está reaccionando.
En México, donde por décadas la apatía fue el enemigo a vencer, hoy enfrentamos a su opuesto extremo: una ciudadanía que parece en llamas, pero cuya energía pocas veces se traduce en acciones de largo aliento.
La polarización como sustituto del pensamiento crítico
Uno de los riesgos más visibles es que la politización se amplifica en entornos donde la polarización es rentable. Y en México la polarización es, hoy por hoy, el modelo de negocio de muchos medios, influencers, figuras públicas y actores políticos.
Esa lógica convierte a la ciudadanía en masa disponible para la disputa simbólica: “estás conmigo o contra mí”. En ese ambiente, la participación —que requiere deliberación, desacuerdo sano, negociación— pasa a segundo plano. Lo importante es la lealtad a una narrativa.
Los casos recientes de disputas institucionales, reformas controvertidas y tensiones entre poderes han demostrado que gran parte de la conversación pública ocurre en trincheras digitales donde nadie escucha y todos responden.
La politización ha vuelto ruidoso al país. Pero ese ruido no siempre es democrático.
Lo que México necesita: ciudadanía crítica, no ciudadanía reactiva
El verdadero desafío no es “politizar” más a la población. México ya está politizado, incluso saturado. Lo que falta es un ecosistema donde la politización no suplante a la participación, sino que la impulse:
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Una ciudadanía que cuestione sin caer en conspiraciones.
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Que apoye proyectos sin convertirlos en identidades personales.
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Que critique al poder sin alinearse automáticamente con su oposición.
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Que participe más allá de las urnas, pero también más allá de los trending topics.
En resumen: ciudadanos capaces de distinguir entre expresión y transformación.
Conclusión: El país entre dos fuerzas
México vive un momento decisivo. La politización acelerada puede ser el inicio de una ciudadanía más despierta… o puede convertirse en un espejismo donde confundamos ruido con cambio.
La pregunta es si lograremos convertir esta energía política en participación real, o si seguiremos atrapados en una ciudadanía hiperpolitizada pero con poca incidencia. La respuesta no depende de un gobierno, de un partido o de una corriente: depende de que cada persona identifique qué lo mueve, por qué y para qué.
Porque al final, participar es construir. Ser politizado es solo reaccionar. Y México necesita más de lo primero.


