Edgar Sandoval Pérez
Twitter-IG-TikTok: @EdgarSandovalP
“Ante un ingreso extraordinario, un consumo extraordinario”
Cada cierre de año llega acompañado de uno de los ingresos más relevantes para millones de trabajadores en México: el aguinaldo. Para 2026, este ingreso cobra especial relevancia en un contexto de inflación aún presente, tasas de interés reales positivas y un mercado laboral que, aunque estable, sigue enfrentando presiones en el poder adquisitivo.
De acuerdo con INEGI, el ingreso laboral real apenas ha mostrado crecimientos moderados, mientras que Banxico mantiene una postura monetaria restrictiva, con tasas que, si bien comenzaron a relajarse en 2025, siguen siendo elevadas en términos históricos. En este escenario, el aguinaldo no debe verse solo como una oportunidad de gasto, sino como una herramienta de reequilibrio financiero.
Más allá de repetir qué es el aguinaldo o cuándo se paga —aspectos ya bien conocidos—, el verdadero valor está en cómo se utiliza. Y aunque cada persona enfrenta realidades distintas, existen principios financieros que siguen siendo válidos y, en 2026, incluso más urgentes.
Primer punto: claridad absoluta del ingreso.
Identificar con precisión el monto neto del aguinaldo, las fechas de pago y si habrá una o dos exhibiciones es clave. En promedio, el aguinaldo legal equivale a al menos 15 días de salario, aunque muchos contratos privados superan ese mínimo. Programar su uso evita compromisos adelantados que luego se convierten en estrés financiero en enero, uno de los meses históricamente más complicados para la liquidez familiar.
Segundo punto: la deuda como prioridad táctica.
Según datos de CONDUSEF, más del 35 % de los hogares mexicanos destina arriba del 30 % de su ingreso al pago de deudas, especialmente tarjetas de crédito con tasas que aún rondan entre 45 % y 60 % anual.
En este contexto, una regla prudente para 2026 es clara:
Si el servicio de deuda supera 40 % del ingreso mensual, destinar entre 40 % y 60 % del aguinaldo a reducir pasivos genera un ahorro financiero inmediato.
Si la deuda se encuentra entre 20 % y 40 %, una amortización parcial del 10 %–20 % del aguinaldo es suficiente.
Si es menor a 20 %, no es óptimo liquidar deudas baratas; ese recurso puede rendir más invertido.
Tercer punto: distribución estratégica del aguinaldo.
La clásica regla 50-30-20 sigue siendo válida, pero debe ajustarse al entorno 2026:
40–50 % inversión productiva o financiera, priorizando instrumentos formales que hoy ofrecen rendimientos reales positivos: CETES, fondos de deuda, pagarés bancarios o incluso capital semilla en actividades paralelas al empleo principal.
25–30 % gasto personal, entendiendo que el bienestar también es parte de la salud financiera.
20–25 % ahorro líquido, en instrumentos de alta disponibilidad que al menos empaten la inflación, evitando que el dinero pierda valor en términos reales.
Con una inflación estimada cercana al 4 % y rendimientos de deuda gubernamental por arriba de ese nivel, el costo de no invertir el aguinaldo en 2026 es más alto que en años anteriores.
Cuarto punto: el valor intangible del dinero.
No todo es tasa, rendimiento o porcentaje. El aguinaldo también tiene un componente emocional y social. Destinar una parte a convivencia familiar, experiencias significativas o apoyo a terceros genera retornos no medibles, pero reales. El equilibrio entre responsabilidad y disfrute es, al final, la verdadera meta financiera.
Aprovechar el aguinaldo en 2026 no implica gastar menos, sino decidir mejor. En un entorno económico que exige inteligencia financiera, este ingreso extraordinario puede marcar la diferencia entre iniciar el año con presión o con margen de maniobra. Porque al final, la riqueza no está solo en cuánto se gana, sino en cómo se administra.
