Reactivar el norte: el reto económico tras las inundaciones

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Edgar Sandoval Pérez

Twitter-IG-TikTok: @EdgarSandovalP

Apuntes de economía.

“La reconstrucción no empieza con la obra pública, sino con la confianza de quien perdió su fuente de ingreso.”

El norte de Veracruz enfrenta una de las pruebas económicas más duras de los últimos años. Las lluvias torrenciales que azotaron la región no solo dejaron caminos destruidos y viviendas anegadas, sino un tejido productivo fracturado. En Tuxpan, Poza Rica, Álamo, Cazones, Papantla y Gutiérrez Zamora —los seis municipios más golpeados— los censos preliminares estiman alrededor de 10,00 unidades económicas afectadas, de las casi 40,000 desde pequeños talleres y panaderías hasta empacadoras agrícolas y cooperativas pesqueras. La tragedia no se mide únicamente en pérdidas materiales, sino en la interrupción de ciclos productivos que sostienen a miles de familias.

Cada municipio tiene una vocación distinta, y ahí radica también la complejidad de su recuperación. Tuxpan depende en gran parte del comercio portuario y los servicios turísticos; Poza Rica, del sector energético y su red de proveeduría; Álamo, del cítrico y el procesamiento agroindustrial; Cazones, de la pesca y el turismo costero; Papantla, de la vainilla y el ecoturismo rural; y Gutiérrez Zamora, de la ganadería y el comercio regional. Las inundaciones rompieron la cadena que conecta a estos sectores. Donde antes había rutas de abasto, hoy hay caminos colapsados. Donde había bodegas con cítricos o maíz almacenado, ahora solo queda lodo y maquinaria inservible.

Las consecuencias macroeconómicas comienzan a reflejarse. El alza de precios agrícolas —particularmente en cítricos, plátano y hortalizas— ha sido inmediata. En mercados regionales, en productos como el limón, mientras que el plátano y el chile jalapeño registraron incrementos de hasta 25 %. La pérdida de cosechas por anegamiento y contaminación de suelos, agravada por el derrame de combustible en zonas de Poza Rica y Cazones, ha generado un efecto inflacionario focalizado: alimentos más caros en regiones donde los ingresos familiares han caído. En la práctica, esto significa un doble golpe para la población: menos trabajo y más caro vivir.

La reactivación económica requiere además de los recorridos, coordinar censos confiables, con base en evidencia de campo, que permitan priorizar apoyos no solo por número de damnificados, sino por impacto productivo. No es lo mismo reconstruir una casa que reabrir una empacadora o una cooperativa pesquera. La recuperación debe partir de un enfoque territorial: restaurar primero las actividades que generan empleo, flujo de efectivo y encadenamientos locales.

Hay experiencias que pueden servir de guía. Tras el huracán Grace en 2021, los incentivos directos a productores de cítricos en el norte del estado lograron recuperar el 60 % de la producción en un año. Esa lección debe retomarse ahora, pero con una visión más integral. Es indispensable incorporar microcréditos blandos, exenciones temporales de derechos estatales y municipales, y una coordinación interinstitucional entre SEDECOP, SADER y las cámaras empresariales locales para canalizar apoyos sin duplicidades ni dispersión.

También es momento de repensar la infraestructura productiva. Los parques industriales y zonas logísticas de Poza Rica y Tuxpan podrían convertirse en polos de reactivación mediante incentivos fiscales y programas de empleo temporal. En el sector rural, urge una estrategia de restitución de suelos y limpieza de canales contaminados, financiada con recursos federales y apoyo técnico del Instituto Nacional de Ecología. La crisis puede ser también un punto de inflexión para adoptar prácticas más sostenibles y resilientes.

El norte de Veracruz ha demostrado históricamente una capacidad de recuperación admirable. Pero esta vez, la magnitud del daño exige un enfoque distinto: no basta con reconstruir caminos, hay que reconstruir economías locales. La verdadera reactivación no se medirá por los kilómetros pavimentados, sino por el número de pequeños negocios que vuelven a abrir, por la recuperación de cosechas y por la confianza que renace cuando el trabajo regresa.

Porque la economía no se reactiva con decretos: se reactiva con esperanza organizada.

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