Esp. Luis Arturo Acosta Rodríguez
Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana (UV) y Especialista en promoción de la lectura. Promotor de lectura, docente y conferencista con experiencia en el diseño e impartición de talleres de inclusión, accesibilidad y sensibilización sobre discapacidad.
Las manifestaciones literarias de los sueños están ligadas a los primeros esbozos de libertad en la historia humana. Somos lo que hemos escrito: conexiones con nuestros interiores y con aquellos que nos han precedido. Imaginación comunitaria de la política que nos atraviesa y nos consume. Arribamos en la literatura. El arte ha sido una herramienta fundamental para la disidencia, la subversión y el motín. Por ello, pensar en lo indecible representa una oportunidad para revelar lo prohibido. Aquí presentamos reflexiones sobre cómo las obras literarias han incidido de manera activa en las luchas sociales.
La literatura nunca “reacciona”: habilita. Si la disputa por el orden social es al mismo tiempo un conflicto entre condiciones del lenguaje y los marcos cognitivos, entonces la literatura mantiene una línea de acción directa en los estratos de las dimensiones sociales, pues propone y organiza narrativas, marca y establece protones políticos e ideas de renovación, denuncia y brinda puntos de resistencia.
En ese sentido, no es un epifenómeno de la historia: es una fuerza causal lenta, reticular, política, que prepara el campo de la acción colectiva. En un nivel cognitivo, Lisa Zunshine argumenta que los lectores de obras de ficción aprenden a regular estados mentales ajenos; y esto implica la comprensión y adoptación de esquemas de pensamiento distintos. Así, la lectura literaria entrena la capacidad humana de inferir intenciones; y, además, incrementa la plasticidad interpretativa de la vida social, lo cual tiene relación con la posibilidad de imaginar alternativas.
En el ámbito cultural, la literatura juega un papel transformativo porque supone un medio de comunicación que, a través de la materia imaginativa, inventa metáforas, escenarios y figuras que reconfiguran el campo de lo decible y, por tanto, las condiciones para la articulación de demandas políticas. La literatura, entonces, opera una reorganización cognitiva y afectiva: cambia la percepción del mundo, pues desplaza la frontera de la alteridad; y, crea condiciones afectivas nuevas, ya que permite pasar de la experiencia individual a la identificación sistémica de la opresión.
Obras recientes como El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza; Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor; Ellos no saben si soy o no soy, de Elpidia García; Cocodrilos, de Magali Velasco; Las voladoras, de Mónica Ojeda, y un largo etcétera, nos han permitido no solo vivir otras realidades, sino que marcan una protesta al exponer la violencia, revelar las formas de las instituciones y gobiernos opresivos, simplemente hablar sobre aquellos malestares inhumanos que han hecho mella entre la carne y las sombras. Entre otros miles de historias, la literatura cuenta lo que el poder calla.
La capacidad de transportación que la literatura brinda al sujeto lector es una forma para que decir y sentir la violencia, y eso articula el plano social y político. De hecho, la verdadera denuncia aparece paulatinamente, cuando el intercambio de conocimiento crea una sintaxis que revela aquello que el lenguaje público no es capaz de decir. Desde el subsuelo hasta las brisas de fuego que huyen con el viento. Entonces la literatura es política porque es constitutiva; y, supone una oportunidad para disrupción porque materializa y pone en juego lo prohibido: instituye marcos de inteligibilidad, reorganiza regímenes de sensibilidad y modula imaginarios colectivos.
Finalmente, la literatura disputa las reglas de validez de los discursos. El orden político no sólo regula cuerpos en la calle; regula también formas de argumentar. La literatura altera esas reglas. Descubre nuevas formas de inferencia, de verosimilitud, de argumentación. Ese laboratorio de nuevas racionalidades es decisivo en la larga duración de las transformaciones colectivas. Por eso la literatura no reemplaza a la política. La literatura prepara la política.


