En los últimos años, una palabra ha comenzado a resonar con fuerza en la cultura digital: doomscrolling. Se trata del hábito de consumir de manera compulsiva noticias, en especial aquellas de carácter negativo, desplazando la pantalla sin detenerse, como si la siguiente nota pudiera ofrecer un alivio o una explicación definitiva a la incertidumbre. Sin embargo, lo que se obtiene es justo lo contrario: ansiedad, insomnio y pérdida de concentración.
La trampa de la hiperconexión
La era de los dispositivos móviles nos ha vuelto habitantes de un flujo informativo sin pausas. Investigadores en neurociencia digital advierten que este comportamiento activa los mismos circuitos cerebrales relacionados con las adicciones, reforzando la búsqueda compulsiva de “un poco más” de contenido. Lo paradójico es que, aun cuando el usuario reconoce que la información no le aporta claridad ni tranquilidad, sigue consumiéndola.
El ciclo se repite: más titulares, más imágenes, más alertas. Cada interacción prolonga el tiempo de exposición, alarga el uso nocturno del celular y altera los ritmos circadianos, afectando directamente el descanso. A mediano plazo, esto se traduce en fatiga, menor rendimiento laboral y una constante sensación de sobrecarga mental.
Estrategias para recuperar el control
Los especialistas recomiendan establecer ventanas tecnológicas: momentos definidos para revisar el celular y horarios claros para desconectarse, especialmente antes de dormir. El simple acto de fijar límites permite enviar al cerebro la señal de que no todo está disponible todo el tiempo, generando un respiro cognitivo.
En paralelo, el diseño de rutinas de desconexión resulta clave. Puede ser tan sencillo como sustituir los últimos 20 minutos de uso del celular por la lectura de un libro físico, escuchar música relajante o realizar estiramientos. La constancia en estas prácticas ayuda a reconstruir una relación más sana con la tecnología.
Mindfulness como antídoto digital
Aquí es donde la práctica de mindfulness se vuelve fundamental. Estudios clínicos recientes señalan que combinar ejercicios de respiración consciente con sesiones breves de meditación puede reducir hasta en un 40 % la necesidad compulsiva de revisar redes sociales. Esta reducción no es solo cuantitativa, sino cualitativa: las personas reportan mayor claridad mental, más serenidad y una percepción menos negativa de la realidad cotidiana.
La atención plena enseña a reconocer el impulso de revisar la pantalla sin actuar de inmediato, a identificar la ansiedad que provoca la avalancha informativa y a responder de manera consciente en lugar de automática. De esta manera, el mindfulness no pretende eliminar la tecnología de nuestras vidas, sino recuperar el equilibrio que la sobreexposición digital ha erosionado.
Un nuevo pacto con la información
Apagar el doomscrolling es más que un acto de autocontrol: es un compromiso con nuestro bienestar emocional y cognitivo. En una sociedad donde el exceso de noticias negativas se convierte en ruido constante, aprender a poner límites se transforma en una herramienta de autocuidado.
Al final, se trata de un pacto personal: utilizar la tecnología como una aliada y no como una fuente interminable de desgaste mental. La práctica consciente del presente, acompañada de rutinas de desconexión, puede marcar la diferencia entre una mente atrapada en el bucle de la incertidumbre y una mente que, aún informada, se mantiene en calma.