Edgar Sandoval Pérez

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No hay almuerzo gratis”

El miedo a perderse de algo —mejor conocido como FOMO por sus siglas en inglés Fear Of Missing Out— dejó de ser un término pasajero de marketing digital para convertirse en una fuerza que atraviesa la vida cotidiana, la economía personal y hasta la productividad de países enteros. No se trata únicamente de una emoción, sino de un sesgo que nos empuja a tomar decisiones irracionales y que, como todo en economía, tiene un costo de oportunidad que alguien termina pagando.

En lo individual, el FOMO se manifiesta con claridad en decisiones financieras. Quien teme quedarse fuera de una oportunidad tiende a invertir de forma impulsiva, renunciando a planes más racionales. Tomemos un ejemplo sencillo: una persona con 10 mil pesos disponibles ve cómo se dispara el precio de una criptomoneda. Sin analizar riesgos ni diversificar, mete todo su dinero ahí. Si el activo pierde 20 % de valor, el golpe inmediato son 2 mil pesos. Pero la pérdida real es mayor: también renunció a invertir ese dinero en un instrumento más estable que, al 5 % anual, habría generado rendimientos seguros. Lo que parece un “error aislado” en realidad es un costo de oportunidad multiplicado en el tiempo.

Ahora bien, la pregunta inevitable es: ¿qué pasa cuando este comportamiento no es individual, sino colectivo?

En el terreno laboral, diversos estudios han señalado que el FOMO no solo se limita a las redes sociales o a las inversiones. También está presente en las oficinas: la ansiedad por “no perderse nada”, por estar siempre disponibles, contestar correos de inmediato o enterarse de cada novedad, genera fatiga y reduce el desempeño. De acuerdo con una investigación publicada en HR Dive, el FOMO en el trabajo es un factor de riesgo para la salud mental, incrementando burnout y ausentismo.

Aquí el impacto económico es mucho más tangible. Según datos de Gallup, los problemas de salud mental vinculados al ámbito laboral representan pérdidas de 47.6 mil millones de dólares anuales en Estados Unidos por baja productividad. Si trasladamos esta proporción a México, donde la Organización Panamericana de la Salud estima que las pérdidas ligadas a la salud mental rondan los 17.6 mil millones de dólares, podemos inferir que una fracción significativa de ese monto se explica por la ansiedad digital y el FOMO laboral.

El estrés laboral en general —del cual el FOMO es un detonante cada vez más visible— se calcula que cuesta a las empresas mexicanas más de 100 mil millones de dólares al año en ausentismo, atención médica y reducción del rendimiento. Dicho de otra manera: el miedo a quedarse atrás, cuando se normaliza, deja de ser un problema psicológico privado y se convierte en un lastre económico colectivo.

El panorama es más complejo cuando lo extendemos a sectores enteros. Pensemos en miles de trabajadores que, presionados por la idea de “estar en todo”, dispersan su tiempo entre notificaciones y demandas inmediatas, perdiendo concentración y capacidad de innovación. El costo agregado se mide en menor productividad, en proyectos que no prosperan, en decisiones de inversión subóptimas y, finalmente, en un crecimiento económico más débil.

Aquí la economía se encuentra con la psicología: lo que parece un asunto emocional se traduce en menos eficiencia, más errores y menos riqueza, tanto personal como nacional. El FOMO, en suma, no solo vacía bolsillos individuales, también erosiona silenciosamente la capacidad de los países de generar bienestar.

¿Qué hacer frente a este fenómeno? La respuesta, aunque sencilla en teoría, exige disciplina: definir prioridades, tener un plan financiero y laboral, y aceptar que no todas las oportunidades se pueden —ni se deben— tomar. Perderse de algo no siempre es sinónimo de fracaso; muchas veces es la condición necesaria para alcanzar objetivos más valiosos.

En economía solemos hablar de que “no hay almuerzo gratis”. En el caso del FOMO, lo que parece una invitación tentadora termina costando caro. La clave está en decidir con racionalidad y recordar que no siempre “estar” significa “ganar”.

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