Jesús Alberto López González
Doctor en Gobierno (London School of Economics and Political Science), maestro en Políticas del Desarrollo en América Latina y licenciado en Relaciones Internacionales (UNAM).
Profesor investigador en El Colegio de Veracruz, y director general (2010-2012). Miembro del SNI (2010-2015) y fundador de la Red de Investigación CONAHCYT sobre Calidad de la Democracia. Becario del CHDS en EE. UU. Secretario de la Comisión de Relaciones Exteriores, América Latina y el Caribe en el Senado. Embajador de México en Trinidad y Tobago (2016-2018).
Ha sido profesor invitado en el CISEN, CESNAV, la Universidad de Londres, la UDLA Puebla, la Universidad Anáhuac y la Universidad Veracruzana.
La visita a México del secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, ocurre en un momento en el que seguridad, comercio y política exterior están estrechamente ligados. No es una gira protocolaria: Rubio llega con la encomienda de mantener la presión sobre los cárteles, reforzar el control migratorio y, sobre todo, utilizar la amenaza arancelaria como palanca de negociación. Para México, el encuentro es una oportunidad crítica para fijar límites y mostrar disposición a cooperar.
Desde Palacio Nacional, el mensaje ha sido claro: se busca coordinación, no subordinación. La presidenta Claudia Sheinbaum ha reiterado que no habrá acuerdos operativos con la DEA y que cualquier entendimiento en materia de seguridad se limitará al intercambio de información e inteligencia. Se trata de una posición firme: cooperación, sí, pero bajo respeto a la soberanía nacional y en apego a la Constitución. Ésa es la base con la que México recibe a Rubio.
El acuerdo de seguridad que ambas partes preparan es clave porque hoy la seguridad es la “llave” para destrabar el resto de la relación bilateral. El gobierno mexicano lo asume como parte de su estrategia para evitar un arancel general de 30% que la Casa Blanca ha puesto sobre la mesa. Un entendimiento que permita reducir el tráfico de fentanilo, mejorar la cooperación contra las redes criminales y ordenar la frontera podría dar margen político en Washington para moderar la presión comercial. Si ese acuerdo se concreta como un marco de inteligencia compartida y coordinación investigativa, será beneficioso para ambas naciones.
Este vínculo entre seguridad y comercio cobra mayor relevancia de cara a la revisión del T-MEC en 2026. La cláusula 34.7 del tratado prevé una evaluación a los seis años que podría prolongar su vigencia por 16 años más o, en caso contrario, abrir un periodo de revisiones anuales. En ese contexto, cada señal de cooperación eficaz ayuda a frenar presiones de sectores radicales en Estados Unidos que buscan una renegociación agresiva. Para México, estabilizar el frente de seguridad es indispensable para que la revisión del T-MEC no se convierta en rehén de otros temas.
Mantener vigente y funcional el T-MEC es la ventaja estratégica de México en un mundo donde el proteccionismo volvió a ser moneda de cambio. Más de 80% de nuestras exportaciones entra a Estados Unidos libre de arancel gracias al tratado. Ésa es la diferencia entre atraer inversión o perderla frente a Asia u otros competidores. Defender el T-MEC significa defender empleos e inversión en casa. Es, en los hechos, el ancla de nuestra estabilidad macroeconómica. Una revisión ordenada —no una renegociación maximalista— permitiría aprovechar la oportunidad industrial de la próxima década. Lo contrario, prolongar la incertidumbre, pondría en riesgo inversiones ya comprometidas.
La presidenta Sheinbaum ha puesto este tema en el centro de su gobierno. Ha buscado un “acuerdo general” con Washington que no altere la arquitectura del T-MEC; ha cuidado que la cooperación en seguridad respete la integridad territorial; y ha instruido a su gabinete a preparar la revisión de 2026 con un mensaje de certidumbre para inversionistas. En este marco, la visita de Rubio es decisiva. Si deja compromisos claros en seguridad que alivien la presión arancelaria, México llegará mejor posicionado a la revisión del tratado.
Por ello, esta visita debe usarse para asegurar una cooperación efectiva y respetuosa, y para recordar que un T-MEC estable beneficia a ambos países. La narrativa correcta conecta seguridad, competitividad regional y bienestar de las familias a ambos lados de la frontera. Si el encuentro con Rubio produce señales en esa dirección, México no sólo resistirá la coyuntura arancelaria: consolidará su ventaja estratégica en un mundo cada vez más incierto.