Esp. Luis Arturo Acosta Rodríguez
Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana (UV) y Especialista en promoción de la lectura. Promotor de lectura, docente y conferencista con experiencia en el diseño e impartición de talleres de inclusión, accesibilidad y sensibilización sobre discapacidad.
Desde una perspectiva psicolingüística y neurocientífica, la lectura constituye un proceso cognitivo que implica la convergencia de procesos de percepción visual (o deíctica) y la construcción de modelos mentales complejos del discurso. Las habilidades de lectura se asientan en un conjunto de regiones distributivas, cuyo resultado es el reciclaje neuronal. Este concepto aborda cómo el cerebro reutiliza circuitos neuronales preexistentes, evolutivamente diseñados para otras funciones, para adquirir habilidades culturales nuevas en la historia de la humanidad (Dehaene, 2010; Dehaene & Cohen, 2007; Maryanne, 2018).
Sin embargo, el proceso de lectura también responde a una serie de determinaciones sociohistóricas y políticas que actúan en la conformación de la subjetividad. De este modo, la lectura es una efectuación dinámica que se ve enmarcada por diversos contextos y, al mismo tiempo, se trata de un intercambio epistemológico entre el sujeto lector, el texto y la sociedad. Así, en la creación de significado, intervienen factores como valores, creencias, relaciones interpersonales, idioma, género, etnia, religión, la economía y geopolítica (Goodman, 1982; Purcell-Gates et al., 2004; Ross, 1999).
La lectura política, por tanto, forma parte de un proceso interseccional al cual se integran la comprensión lectora y la conciencia crítica. De este modo, leer pone en juego la identidad y formas de ser en el mundo: se relaciona con las experiencias, conocimientos previos, motivación, capacidades cognitivas, sensibilidad y cuestionamiento (Duke & Carlisle, 2011; Robinson, 2019; Rosenblatt, 1994).
Por tanto, la lectura se entiende como un proceso dialectico; o sea, requiere un acto de razonamiento, evolución y cambio, como acto formativo. Todo influye en la dialéctica entre la expectativa y la respuesta, así como en la estructura de significado resultante. Rellenar las lagunas en la estructura del texto permite establecer conexiones sutiles, incluso heterogéneas. Esto significa que la identidad de lector se plasma de forma diversificada sobre el texto, dependiendo del sistema y la situación presentes. La lectura, entonces, se convierte en un proceso de renovación, porque es fluido: por pequeños que sean los cambios, la configuración de cada proceso de lectura es estructuralmente irrepetible, debido su factor de movilidad independiente y libre (Iser, 1978).
Por esta razón, la lectura es una herramienta que nos permite comprender el mundo y la experiencia humana. A través de la lectura, el yo se aventura en el otro, lo explora y reconoce su alteridad. La lectura de obras literarias es un medio para comprender profundamente al otro, de colocarse en su lugar y explorar sus pensamientos sin temor a la manifestación pura de su caos, sin miedo a ser invadido o invasor. La lectura propicia las transiciones entre el cuerpo y la mente; y, de esta manera, tiende puentes entre los opuestos: entre uno mismo y el otro. Propicia el encuentro con el autor, los personajes, otros lectores del libro, con los tiempos; pero, también, con aquellas y aquellos que han construido su vida, o la acompañan (Cassany, 2006; Petit, 2015, 2021).
Leer es una interacción política entre el sujeto y el mundo, real o ficticio, porque representa una manera de confrontación con el otro. En cada texto reside una multitud de realidades posibles; comprenderlo exige un sistema de negociación abierto para aliviar tensiones ideológicas: la exterioridad de aquello que escapa a los sistemas de conocimiento del sujeto encarna un reconocimiento mutuo.
En esta línea de pensamiento, la lectura y su socialización responden a un sistema político-ético, pues se trata de una sensibilización especial que ocurre en el momento de personalizar la ficción. A través de las simulaciones cognitivas, el espacio literario tiene repercusiones en el cuerpo y en la mente del sujeto: desde la postura y las sensaciones, hasta el entendimiento profundo de cómo interactuar con otras personas (Kukkonen, 2014; Wimmer et al., 2025; Zhou, 2022). Esto implica un proceso transformativo del sujeto en la praxis ciudadana, ya que las capacidades críticas se transportan a los ejercicios cotidianos de la vida participando y manifestando su identidad.
En resumen, la lectura no termina en su entendimiento psicológico, sino que se vuelve política debido a que brinda representaciones de interacción con la alteridad. Así, la capacidad de significación de los sujetos está en expansión de acuerdo con funciones sociales y es constitutiva en términos relacionales.