Por: Redacción El Censal | Xalapa, Veracruz | 23 de Agosto 2025
La lectura no es sólo un pasatiempo; es un acto profundo que moviliza la mente, ensancha el corazón y despierta la imaginación. Desde relatos cotidianos hasta fantasías distantes, sumergirse en un libro puede hacernos más empáticos, creativos y conscientes de nosotros mismos. Esta afirmación, lejos de ser una intuición poética, está respaldada por múltiples estudios científicos que en la última década han profundizado en los efectos de la lectura sobre el cerebro y la conducta.
Investigaciones realizadas por la Universidad de Toronto, publicadas en la revista Psychology of Aesthetics, Creativity, and the Arts, indican que leer ficción literaria mejora la flexibilidad psicológica, es decir, la capacidad de adaptarse al cambio y tolerar la ambigüedad emocional. La psicóloga Maja Djikic, autora principal del estudio, sostiene que la buena ficción genera inestabilidad en un entorno seguro, y que si estamos dispuestos, puede abrirnos a nuevas formas de ver el mundo.
Esa apertura se relaciona directamente con la empatía. Al seguir las emociones, decisiones y dilemas de personajes complejos, el lector entrena su habilidad para ponerse en el lugar del otro. La Universidad de Emory, en Atlanta, demostró mediante escaneos cerebrales que las redes neuronales vinculadas a la comprensión del lenguaje y la experiencia sensorial se activan intensamente durante y después de la lectura de novelas, un fenómeno que sus investigadores llamaron “residencia neural”. Leer, literalmente, cambia el cerebro temporalmente, preparándolo para ser más receptivo y perceptivo.
Pero los beneficios no terminan en lo emocional. Leer también fortalece funciones cognitivas superiores como la memoria de trabajo, la atención sostenida y el pensamiento abstracto. Según un metaanálisis publicado en Frontiers in Psychology, la lectura habitual mejora significativamente la llamada “reserva cognitiva”, un factor protector ante enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer.
En el plano emocional, estudios del Hospital Universitario Quirónsalud de Madrid han mostrado que leer reduce el estrés más rápidamente que escuchar música o caminar, al inducir un estado de inmersión que bloquea la rumiación mental. Al mismo tiempo, leer refuerza la autoestima al permitir una conexión emocional con personajes que transitan conflictos similares o que inspiran nuevas perspectivas sobre uno mismo.
La lectura compartida, especialmente en infancia, tiene un valor pedagógico y emocional incuestionable. Un estudio de la Universidad de Harvard reveló que los niños que escuchan historias leídas por adultos desarrollan mayor vocabulario, mejor comprensión emocional y más tolerancia a la frustración. Prácticas como la lectura dialogada en voz alta favorecen el desarrollo de la empatía y la inteligencia emocional desde edades tempranas.
También en la adultez y la vejez, la lectura actúa como un refugio emocional y una herramienta de reconstrucción subjetiva. La antropóloga francesa Michèle Petit, especializada en estudios sobre lectura y exclusión social, ha documentado cómo leer permite “reformar el yo fragmentado” en contextos de crisis personal o colectiva. En sus palabras, los libros nos devuelven una narración posible de nosotros mismos, nos ayudan a recomponernos cuando todo alrededor se derrumba.
En este contexto, también cobra sentido el debate sobre qué tipo de textos leemos. La investigadora Gemma Lluch ha advertido que la lectura de clásicos y textos con estructuras complejas fomenta una empatía más profunda y duradera, frente a una lectura rápida y utilitaria que predomina en redes sociales o plataformas de consumo inmediato. La diversidad narrativa, el lenguaje no inmediato y los contextos históricos o culturales desafiantes estimulan la mente de manera distinta y duradera.
Estas ideas se reflejan en historias reales. Mariana, diseñadora de 27 años, cuenta que leer ficción la ha hecho “más paciente y abierta a otras formas de pensar”. Javier, maestro rural de 45, relata que leer en voz alta con sus sobrinos se ha vuelto una rutina que despierta curiosidad y discusiones inesperadas. Lucía, jubilada de 62, afirma que sus noches de lectura la tranquilizan y la reconectan con emociones que creía olvidadas.