Hugo López Rosas
Biólogo con doctorado en Ecología y Manejo de Recursos Naturales. Se desempeña como Profesor Investigador en El Colegio de Veracruz y forma parte del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (nivel 1) desde 2009.
¿Sabía usted que México puede estar incubando involuntariamente la próxima pandemia global? No en un laboratorio, sino en los restos de lo que antes fueron nuestros humedales más preciados. Mientras el país dedica tiempo a mejorar relaciones internacionales con nuestro vecino del norte, hay otros “visitantes” que merecen nuestra atención: los millones de aves migratorias que, al no encontrar refugio en nuestros ecosistemas destruidos, se ven forzadas a comportamientos antinaturales que podrían generar riesgos sanitarios. Una crisis silenciosa se desarrolla en nuestros ecosistemas acuáticos que podría tener consecuencias devastadoras para la salud pública mundial.
Desde 1970, México ha perdido más de un tercio de sus humedales naturales. Esta devastación, que incluye manglares, lagunas y otros humedales costeros, así como humedales interiores, tanto de zona urbana como rural, no es solo una tragedia ambiental: es una bomba de tiempo sanitaria que amenaza la estabilidad epidemiológica de América del Norte. La conexión entre la destrucción de estos ecosistemas y el riesgo pandémico puede parecer lejana, pero es directa y alarmante.
Los humedales mexicanos funcionan como los “hoteles naturales” para millones de aves migratorias que viajan desde Alaska hasta Sudamérica siguiendo las cuatro rutas principales que atraviesan nuestro territorio (Pacífica, Central, Misisipí y Atlántica). Estas aves, portadoras naturales de virus de influenza, han coexistido armónicamente con estos patógenos durante millones de años sin causar problemas a los humanos. El equilibrio evolutivo se mantiene cuando pueden completar sus largos viajes descansando en humedales distribuidos naturalmente a lo largo de sus rutas migratorias.
Pero cuando estos “hoteles” desaparecen, todo cambia dramáticamente. Las aves se ven obligadas a concentrarse en los pocos humedales que quedan, creando densidades poblacionales que nunca ocurrieron en la naturaleza. En Puerto Escondido, Oaxaca, existe un ejemplo que debería quitarnos el sueño: la diminuta “Laguna Aeropuerto” de apenas seis hectáreas concentra hasta 4,000 patos pichichis (Dendrocygna autumnalis) cada temporada. Esta densidad es quince veces superior a lo natural y convierte el sitio en lo que los científicos llaman un “reactor viral”: un lugar donde múltiples especies de aves interactúan en proximidades no evolutivas, facilitando el intercambio y la recombinación de patógenos.
Multiplique este escenario por los cientos de sitios similares que han surgido a lo largo del país y tendrá la receta perfecta para la emergencia de una nueva variante viral altamente transmisible. El hacinamiento forzado de especies que normalmente no interactúan intensamente rompe las barreras naturales que han evolucionado durante milenios para contener la transmisión de patógenos.
Las consecuencias de esta degradación ya están manifestándose. El brote actual de influenza aviar H5N1 —la pandemia animal más grande de la historia— ya llegó a México, afectando granjas avícolas en varios estados y detectándose en aves silvestres desde Sonora hasta Yucatán. Lo que resulta particularmente preocupante es que este virus ha demostrado una capacidad sin precedentes para saltar entre especies: ya infectó vacas lecheras en Estados Unidos y causó casos humanos en trabajadores agrícolas. La pregunta no es si llegará a México una versión adaptada a mamíferos, sino cuándo ocurrirá y si estaremos preparados.
Los números del impacto económico son escalofriantes. El brote actual ha costado globalmente más de tres mil millonesde dólares y ha obligado al sacrificio de más de 100 millones de aves. En México, donde la avicultura genera más de 65,000 millones de pesos anuales y emplea a más de 1.4 millones de personas, un brote mayor sería económicamente devastador. Pero el costo humano de una pandemia que saltara definitivamente a los humanos sería incalculable.
Sin embargo, existe una alternativa que México puede liderar: la prevención basada en ecosistemas. Conservar y restaurar humedales no es solo ecología romántica; es política de salud pública inteligente y costo-efectiva. Los humedales saludables actúan como sistemas naturales de regulación que mantienen a las aves migratorias en sus patrones de distribución normal, evitando el hacinamiento artificial y reduciendo exponencialmente el riesgo de transmisión viral entre especies.
España, que desarrolló la primera red europea de monitoreo integrado de humedales para vigilancia sanitaria, ha mantenido tasas de brotes significativamente menores que países sin estrategias similares. Los estudios económicos demuestran que cada euro invertido en conservación preventiva genera quince euros en beneficios sanitarios y económicos evitados. Esta proporción resulta extraordinariamente favorable comparada con los costos de respuesta a brotes una vez que ya han ocurrido.
México tiene una oportunidad histórica para liderar globalmente en este enfoque preventivo. Nuestro país alberga humedales críticos en las cuatro rutas migratorias principales de Norteamérica, desde los manglares de Sian Ka’an hasta las lagunas de Chapala. Estos ecosistemas pueden funcionar como líneas de defensa natural contra futuras pandemias si los gestionamos inteligentemente.
Para materializar esta oportunidad, el gobierno federal debe reconocer los humedales como infraestructura crítica de seguridad nacional, no solo como recursos naturales. Esto implica destinar recursos específicos y permanentes para su conservación, establecer zonas de amortiguamiento obligatorias entre humedales críticos y granjas avícolas, e implementar sistemas de vigilancia ambiental que detecten virus emergentes antes de que causen brotes mayores.
Los gobiernos estatales deben integrar criterios de salud pública en todas las decisiones sobre uso de suelo que afecten humedales. La Secretaría de Salud debe trabajar conjuntamente con SEMARNAT para desarrollar protocolos de “Una Sola Salud” de la Organización Mundial de la Salud (One Health – WHO) que reconozcan explícitamente que la salud humana depende de la salud ecosistémica, no solo de hospitales y medicamentos.
La próxima pandemia puede prevenirse, pero solo si actuamos con la urgencia que merece esta crisis silenciosa. Cada humedal que destruimos hoy es una apuesta contra nuestra propia seguridad sanitaria futura. Como bien quedó escrito en el lema del 2008 de la Convención Ramsar: “Humedales sanos, gente sana”. En el contexto de las amenazas pandémicas actuales, estas palabras han adquirido un significado profundamente literal y urgente.
México tiene la oportunidad de demostrar que la conservación ambiental y la seguridad sanitaria no son objetivos opuestos, sino estrategias complementarias para construir un futuro más seguro y próspero. La naturaleza nos ofrece las herramientas para prevenir la próxima pandemia. Solo necesitamos la sabiduría política para usarlas antes de que sea demasiado tarde.