Job Hernández Rodríguez
Licenciado en Economía por la Universidad Veracruzana. Maestro y Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Ha sido profesor en distintas instituciones de educación superior (UNAM, UAM, UACM y COLVER), donde ha impartido cursos de economía, ciencias políticas, estudios latinoamericanos y sociología.
La planeación económica es la intervención racional de los sujetos y colectivos en el conjunto de una economía. Se trata, por tanto, de un principio contrario al mercado. Ya Hakey había establecido, con claridad, este juego de opuestos irreconciliables en el largo plazo, al lanzar una férrea crítica a la planeación y defender a ultranza al mercado. Desde la izquierda, fue el Che Guevara quien definió a la planeación como la esencia de un sistema económico incompatible con la existencia del mercado.
Planteadas así las cosas, ocurre un juego de suma cero: a más mercado menos planeación y viceversa, lo que se traduce también en el establecimiento de líneas divisorias en el ámbito de la política económica .De un lado, los ultraliberales al estilo de Hayek y Friedman abogan por el mercado como regulador exclusivo del metabolismo social, sin el concurso de la planeación; mientras que en el lado opuesto, los socialistas más radicales plantean la planificación perfecta de la economía y la eliminación completa del mercado.
Es claro, por tanto, que la derecha –a la cual pertenecen los ultraliberales- siempre pide más mercado y menos planeación, mientras que la izquierda pide menos mercado y más planeación. Esto, como nos ha enseñado la historia, apunta a un principio fundamental de la izquierda: el mercado, dejado a su libre desenvolvimiento, es un asignador deficiente de los recursos que tiende a la anarquía y sucumbe periódicamente a la crisis y la catástrofe social, por lo que es necesario sujetarlo al principio de intervención racional.
Ni más ni menos, el programa histórico de la izquierda propone un salto civilizatorio dirigido a superar la sumisión a los designios ocultos del mercado que caracteriza a la sociedad actual. Eso y no otra cosa es a lo que se refería Marx con el fetichismo de la mercancía: el capitalismo es una sociedad dominada por un dios oculto y lejano –el mercado- que los hombres no entendemos ni controlamos, por lo que nos controla a nosotros. El paso a la libertad está marcado por el conocimiento científico del mercado y su control, lo que significa tomar, por fin, las riendas de nuestro destino.
Hayek pensaba que esta ruta de la izquierda conducía al totalitarismo dada la hipertrofia estatal que se requería para intervenir en la economía. Un estado agigantado era la consecuencia necesaria de este programa político, lo que terminaría sofocando a la sociedad. Como respuesta, recomendaba someterse al totalitarismo del mercado y a sus vaivenes catastróficos, abandonando así la posibilidad de usar la razón para regular los intercambios económicos en una sociedad determinada.
Curiosamente, el libro de Hayek, “Caminos de servidumbre”, estaba dirigido a convencer a las filas más vacilantes de la izquierda, para que abandonaran el programa histórico de transición y asumieran la imposibilidad de intervenir racionalmente en el juego de necesidades e intercambios económicos. Lo que en el fondo quería era que la izquierda pidiera cada vez menos planeación, en contravención de sus principios fundamentales.
El predominio mundial del neoliberalismo a partir de 1973 demostró que la estrategia de Hayek triunfó en medio de la desconfianza y animadversión generalizada hacia la planeación económica. La consecuencia práctica de esto fue el abandono, desmantelamiento o relegamiento de los departamentos de planeación económica a lo largo y ancho del mundo.
¿Es factible hoy un programa político basado en la consigna de menos mercado y más planeación? ¿No significa esto el retroceso a las iniquidades e ineficiencias del sistema soviético? ¿Tenía razón Hayek al advertir que los sueños de la razón producen monstruos? ¿No le queda de otra a un gobierno de izquierda que reducir su actuación al control de la inflación mediante la manipulación de la tasa de interés, como quería Friedman? ¿Seguiremos en el camino trazado por la derecha donde los departamentos de planeación no son considerados estratégicos y ven mermados su tamaño y sus recursos?
Actualmente hay un dato duro que remueve por entero los términos de la discusión: el amplio desarrollo que hemos alcanzado en el procesamiento de información gracias a la computación. En la era soviética, cuyo intento de planeación central fue el más avanzado de su época, esto no existía. La computación estaba en ciernes. Hoy en día la capacidad de generar y procesar datos es inmensamente mayor. Y la comunicación de datos sensibles –como las preferencias de los consumidores- se puede hacer prácticamente al instante. En consecuencia, no es necesario pasar por las horcas caudinas de la centralización política para planear por completo una economía. La factibilidad técnica para hacerlo sin la deriva autoritaria no es un problema.
Al contrario de la izquierda, el capitalismo ha aprovechado eficientemente estos nuevos recursos. Ha desarrollado una serie de instrumentos para intervenir en el metabolismo económico, a nivel del consumo tanto como del intercambio y la producción. Por citar un ejemplo rápidamente, hoy somos capaces de hacer coincidir instantáneamente la oferta de bienes con las preferencias del consumidor mediante aplicaciones como Uber o las plataformas de ventas en línea. Y no falta mucho tiempo para que este tipo de herramientas se habilite en el caso de decisiones relacionadas con la producción -como consultar a la población sobre poner o no una fábrica.
Esto significa que la centralización ha dejado de ser un fenómeno concomitante a la planeación económica, lo que demuestra que no fue uno de sus rasgos esenciales sino un fenómeno derivado de las particularidades de la sociedad rusa y de las limitantes tecnológicas del momento.
Podemos, por tanto, en la era de la computación, abogar racionalmente por la planeación económica y desechar la mayoría de los argumentos en contra formulados por Hayek y compañía. Hoy en día, la tecnología nos permite planear una economía completa sin mayores problemas, superando la intervención reducida del Estado orientada al control de la inflación.
Hay que decirlo fuerte y claro: un gobierno de izquierda ya no está condenado a seguir el guion de intervención mínima elaborado por Hayek y Friedman. Puede atreverse a más, orientando sus esfuerzos a una cada vez mayor planeación. Los elementos técnicos están presentes, solo falta una mayor voluntad política. Más planeación y no menos es lo que se necesita en el lado de la izquierda.