Román Humberto González Cajero
En Veracruz ya no protestan los habituales.
Protestan los cansados, los ignorados, los menospreciados y los burlados.
Burlados por un gobierno engañoso, multifacético, capaz de adaptarse a conveniencia como un camaleón.
Protestan quienes notaron que levantar la voz dejó de ser un derecho y se transformó en un recurso de supervivencia, porque nos acostumbramos a vivir preocupados por nuestro bienestar y por quienes amamos.
Porque un gobierno que deja atrás al pueblo que lo colocó en ese bonito palacio deja de ser soberano.
Un gobierno impositivo puede controlar al pueblo, sí, pero tarde o temprano ese control colapsa.
Y eso es justamente lo que está ocurriendo en Veracruz.
Han pasado meses.
Todos permanecemos con la esperanza de que se hable de aquello que el país calla, pero que el pueblo sí sabe.
Esperamos, al menos, una disculpa disfrazada del gobierno que prometió seguridad y voz.
Porque un Estado no se quiebra por escuchar a sus ciudadanos;
se quiebra por silenciarlos, por negar respuestas, por incumplir los medios que juró implementar.
LOS DESAPARECIDOS: el dolor que ninguna autoridad puede maquillar
En Xalapa, la protesta de los colectivos de familias buscadoras no cabe en una introducción que haga justicia a lo vivido durante los últimos meses.
No se protesta por ideología, ni por preferencia política.
Se protesta por lo esencial: por aquellos familiares, amigos y personas que ya no están.
Personas arrebatadas por negligencia, por falta de protección, por la indiferencia de instituciones que debieron cuidarlas.
Cientos de seres humanos con familia, con hogar, con proyectos, que hoy ya no cuentan con nada de eso.
Se les negó la posibilidad de vivir plenamente su historia;
se les borró del mapa con la misma facilidad con la que se borran responsabilidades desde un escritorio estatal.
Cada fotografía levantada es un recordatorio:
“el Estado falló y sigue fallando”.
LOS JUBILADOS: la protesta de quienes dieron su vida y hoy reciben migajas
El caso de los maestros jubilados que permanecieron 16 horas frente al Palacio de Gobierno es quizá la muestra más clara del deterioro institucional veracruzano.
Hombres y mujeres que formaron generaciones completas;
que educaron, prepararon y guiaron a miles;
hoy deben rogar por lo que ya les pertenece:
un seguro institucional digno, pagos atrasados y un reconocimiento laboral que debería ser automático.
Todos fuimos alumnos.
Todos recordamos a un maestro que marcó parte de nuestra vida.
Y aun así, el Estado olvida el rol fundamental de quienes cargan con una de las responsabilidades más grandes:
impactar el desarrollo humano y social de Veracruz.
Veracruz es uno de esos lugares donde la vida laboral termina con una ironía cruel:
trabajaste treinta años para un Estado que hoy finge no recordar tu nombre.
Los jubilados demostraron algo que el poder detesta ver:
que la dignidad sigue viva, que la lucha continúa pese al cansancio,
y que no se apagará con discursos, comunicados ni granaderos.
Porque la soberanía ya no está del lado del gobierno:
hace mucho que la perdió ante un pueblo desencantado.
LA JUVENTUD: el sujeto político que el Estado busca minimizar
Hoy Xalapa vive algo que parecía extinguido pero que dejó registro de su fuerza:
estudiantes organizados.
La marcha universitaria —que exigió respuestas ante catástrofes, desapariciones y negligencias estatales— no fue un capricho juvenil.
Fue una alarma para el gobierno y para el pueblo veracruzano.
La generación que se creía débil, distraída y manipulable,
resultó ser la más despierta.
La que se levanta, reclama, exige cuentas y busca respuestas por sus propios medios.
Porque la lucha no es solo contra el gobierno,
sino contra la apatía de los mayores,
contra el conformismo aprendido,
contra la costumbre de ser silenciados.
La juventud posee algo que generaciones anteriores no tuvieron:
la libertad plena de expresión y la fuerza de la opinión colectiva.
Pero el Estado prefiere una juventud muda:
que estudie pero no pregunte,
que observe pero no se organice.
Sin embargo, la juventud veracruzana asumió el papel que el poder creía extinguido y domesticado:
ser el contrapeso moral del Estado.
Un contrapeso que no se compra, que ve, analiza y reflexiona día a día.
Que no vive solo de tendencias: vive de preocupaciones reales.
Porque nada es más peligroso para un gobierno que una generación que dejó de creer en sus ficciones.
VERACRUZ NO ESTÁ EN CRISIS: Veracruz está despertando
Las autoridades intentan minimizar los hechos como “desmanes”, “protestas aisladas” o “gente manipulada”.
Pero no es así.
La lectura correcta es simple:
El Estado veracruzano está siendo confrontado por todas las generaciones al mismo tiempo.
Y eso aterroriza al poder.
Porque nada de esto es casual.
Ninguna enfermedad aparece de la nada:
siempre hay un síntoma inicial.
El pueblo veracruzano está cansado.
Y si es necesario, se levantará.
Aunque sea reprimido, menospreciado o minimizado,
siempre encontrará la forma de iluminar lo que el Estado intenta mantener en sombras.
Porque la verdad siempre sale a la luz.
El pacto social se ha roto.
El Estado ya no protege, ya no escucha, ya no resuelve.
Y lo vemos desde Xalapa hasta el último municipio:
una administración que responde con silencio, omisión o fuerza,
pero nunca con verdad.
LO QUE REALMENTE ESTÁ EN DISPUTA EN VERACRUZ
No es dinero.
No es voz.
Es justicia.
Es rendición de cuentas.
Es el derecho a no ser silenciados.
La sociedad veracruzana está cansada, herida y recelosa.
Y todos, desde distintos frentes, terminan diciendo lo mismo:
“Si el Estado no cumple, la ciudadanía ya no puede seguir obedeciendo como si nada pasara”.
Y aunque no esté escrito en pancartas,
esa es la verdadera revolución que el gobierno teme.
EL CIERRE QUE NADIE QUIERE ESCUCHAR
La pregunta ya no es:
¿por qué protesta Veracruz?
La pregunta es:
¿por qué dejó de funcionar el Estado para tanta gente al mismo tiempo?
El gobierno puede intentar contener manifestaciones, negociar, minimizar o culpar a otros.
Pero el problema no es externo:
es interno, profundo, enraizado en el corazón mismo del pacto social veracruzano.
Cuando un Estado no responde, el pueblo duda.
Y cuando el pueblo duda, lo que queda no es gobernabilidad:
es un vacío sibilante que intenta sostenerse a sí mismo.
Y ese vacío, aunque aún parezca imperceptible,
ya comenzó a escucharse en Veracruz.


