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OpiniónHugo López Rosas¿Estamos cruzando la línea roja del planeta? Los límites que no podemos permitirnos traspasar.

¿Estamos cruzando la línea roja del planeta? Los límites que no podemos permitirnos traspasar.

Hugo López Rosas

Biólogo con doctorado en Ecología y Manejo de Recursos Naturales. Se desempeña como Profesor Investigador en El Colegio de Veracruz y forma parte del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (nivel 1) desde 2009.

Imagine que nuestro planeta fuera una cuenta bancaria. Durante milenios, la humanidad vivió de los “intereses” que generaba la Tierra: pescábamos lo que los océanos podían reponer, talábamos los árboles que los bosques podían regenerar, emitíamos el carbono que la naturaleza podía absorber. Éramos, en términos financieros, una especie que vivía dentro de sus posibilidades.

Pero desde la Revolución Industrial, y especialmente desde 1950, comenzamos a gastar el “capital” del planeta. Hoy no solo vivimos de los intereses, sino que estamos vaciando la cuenta principal a una velocidad alarmante. Los científicos del clima llaman a esto “límites planetarios” – nueve procesos fundamentales que mantienen la estabilidad de la Tierra y que, una vez rebasados, pueden llevarnos a un punto de no retorno.

La mala noticia es que ya hemos cruzado siete de estos nueve límites. El cambio climático es el más conocido: hemos aumentado la temperatura global en 1.1 grados Celsius y nos dirigimos peligrosamente hacia los 1.5 grados, umbral que los científicos consideran catastrófico. Pero el clima es solo la punta del iceberg. Hemos alterado tan profundamente los ciclos del nitrógeno y fósforo que los fertilizantes sobrantes están creando “zonas muertas” en océanos y ríos. Hemos deforestado y fragmentado tanto los ecosistemas que estamos viviendo la sexta extinción masiva de especies en la historia del planeta.

En México, estos límites planetarios se manifiestan de manera dramática. En Veracruz, la expansión urbana descontrolada de ciudades como Xalapa está devorando el bosque mesófilo de montaña, uno de los ecosistemas más diversos del mundo. En Jalisco, la ganadería extensiva continúa eliminando los últimos vestigios de bosque seco tropical. En la selva maya, la agricultura industrial avanza sobre territorios que han sido carbono almacenado durante milenios.

Lo más preocupante es que estos procesos se refuerzan entre sí. La deforestación libera carbono, acelera el cambio climático, altera los patrones de lluvia, degrada los suelos y empuja a más especies hacia la extinción. Es un efecto dominó donde cada pieza que cae hace más probable que caigan las siguientes.

¿Significa esto que estamos condenados? No necesariamente. Los científicos que estudian estos límites también han identificado las soluciones. Sabemos que es técnicamente posible reducir las emisiones de carbono a la mitad cada década hasta llegar a cero emisiones netas en 2050. Sabemos que podemos alimentar al mundo sin destruir más bosques mediante agricultura regenerativa. Sabemos que las energías renovables ya son más baratas que los combustibles fósiles en la mayoría de lugares.

El problema no es técnico sino político y social. Cambiar los sistemas que nos trajeron hasta aquí requiere transformaciones profundas en cómo producimos energía, alimentos y bienes; en cómo diseñamos nuestras ciudades; en cómo entendemos el progreso y la prosperidad. Requiere que los países ricos reduzcan drásticamente su consumo de recursos mientras los países en desarrollo pueden satisfacer las necesidades básicas de su población.

En el contexto mexicano, esto significa repensar completamente nuestro modelo de desarrollo. No podemos seguir permitiendo que cada nueva carretera, cada fraccionamiento, cada proyecto turístico se construya a costa de nuestros ecosistemas más valiosos. No podemos seguir subsidiando una agricultura que envenena nuestros ríos y empobrece nuestros suelos. No podemos seguir apostando por un crecimiento económico que ignora los límites biofísicos del planeta.

La ventana de oportunidad se cierra rápidamente. Los próximos diez años serán decisivos para determinar si logramos estabilizar el sistema terrestre o si cruzamos definitivamente hacia un estado del planeta que será mucho menos hospitalario para la civilización humana. La elección está en nuestras manos, pero el tiempo se agota.

La pregunta ya no es si podemos permitirnos actuar, sino si podemos permitirnos no hacerlo.

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