Román Humberto González Cajero
Un gobierno sin vigilancia no gobierna: domina.Esa es la realidad mexicana. Una realidad profunda, evidente y, aun así, diluida entre discursos políticos y promesas vacías.
Un Estado que elimina a su propio vigilante no se deshace de un órgano administrativo más: se deshace de un límite, de una línea que, una vez cruzada, produce consecuencias catastróficas.
Cuando el poder se queda sin límites, lo que queda no es autoridad: es dominación y sometimiento.
La transparencia que fingimos tener
Durante años, México se nos presentó como ese país “transparente”, uno que podía ser cuestionado, criticado y analizado.
Pero el papel siempre suena más hermoso que la realidad social. Tal vez nunca fuimos realmente transparentes, pero al menos fuimos un país que fingía querer serlo.
Los gobiernos ocultaban información, sí, pero tarde o temprano alguna parte —parcial, limitada, pero funcional— llegaba al conocimiento público. El pueblo mexicano se acostumbró a vivir así:
a las migajas de información.
Y aun así, esas migajas alcanzaban para sostener la ficción.
La desaparición del INAI: el quiebre de la ficción
La eliminación del INAI rompe esa figura simbólica.
No desaparece solo una institución:
se elimina la posibilidad —siquiera aspiracional— de exigir transparencia real en el ejercicio del poder.
Sin vigilancia, la corrupción y la mentira no solo crecen:
se vuelven la forma natural del Estado.
Una forma que, en México, parece casi inevitable.
La transparencia: la ficción que sostenía el orden
El INAI cumplía una función crucial: no limitaba directamente al Estado, pero lo incomodaba. Era la piedra en el zapato del poder. El recordatorio constante de que había alguien observando.
La paradoja mexicana es simple: ningún gobierno ha sido realmente transparente, pero todos estaban, al menos formalmente, obligados a aparentar serlo.
La transparencia era una ficción, sí, pero una ficción que limitaba al poder.
Y sin ese vigilante surge una pregunta inevitable:
¿Quién obligará ahora al Estado a rendir cuentas?
¿Quién lo incomodará?
¿Quién revelará aquello que ya no tendremos derecho a ver?
La desaparición del vigilante: el ciudadano queda desarmado
Quitar al INAI es como apagar la única vela dentro de una cueva. No era una luz perfecta, pero era suficiente para revelar sombras, irregularidades y silencios sospechosos.
Ahora, el ciudadano queda reducido a su visión humana:
limitada, frágil, insuficiente.
Un espectador ciego jamás podrá exigir cuentas.
La información pública es un derecho humano fundamental, no un lujo burocrático. El derecho a saber es la base de cualquier participación ciudadana.
Cuando el Estado controla la información, controla también la voluntad social. Es un mecanismo sutil, silencioso y devastadoramente eficaz.
Quien controla lo que ves, controla lo que crees. Quien controla lo que crees, controla cómo ves el mundo. Y quien controla lo que ves… te gobierna según lo que a él le convenga.
Una regresión de derechos que exige ser nombrada
La desaparición del INAI se vende como ahorro, eficiencia o simplificación. Pero olvidan lo que tardamos décadas en comprender: los derechos no deben ser regresivos, sino progresivos.
Eliminar al órgano garante de la transparencia es retroceder en un país que ya camina sobre la cuerda floja de la impunidad.
En un México donde la corrupción es cotidiana, quitar vigilancia no es política pública: es riesgo estructural.
Lo perturbador no es solo lo que hoy se oculta, ni lo que será ocultado mañana. Es que la opacidad, una vez instaurada, se convierte en hábito.
Lo que queda cuando la transparencia desaparece
Cuando un gobierno elimina a su vigilante, no elimina una incomodidad: elimina su credibilidad.
México es un pueblo lastimado, burlado y acostumbrado a verdades a medias. Nos hicieron creer que debíamos conformarnos con sobras de información, cuando en realidad jamás debemos aceptar menos de lo que merecemos.
La democracia se ha vuelto una escenografía: una obra mal escrita sostenida por un telón a punto de caer.
Un Estado sin transparencia puede escribir su propia versión de la realidad
sin que nadie pueda contrastarla.
Y ese es el primer síntoma del autoritarismo contemporáneo.
Reconstruir la luz que nos quitaron
La desaparición del INAI va mucho más allá de un debate político.
Es un recordatorio de que la vigilancia del poder no se regala: se protege.
Porque incluso una vigilancia imperfecta es necesaria: es la única forma de conocer la realidad oculta del gobierno al que entregamos nuestra confianza.
Ninguna democracia se sostiene sobre la fe; todas se sostienen sobre la vigilancia ciudadana.
La transparencia era una ficción, sí, pero una ficción cuya trama comprendíamos, aunque el final nunca fuese el que deseábamos.
Ahora que la ficción fue desmontada, nos toca preguntarnos:
¿Vamos a quedarnos en la cueva sin luz?
¿O vamos a construir una nueva forma de iluminar, aunque sea parcialmente,
los rincones ocultos de este laberinto sin límites llamado México?
Porque si el Estado no garantiza y el INAI ya no vigila, solo queda un último vigilante: nosotros mismos.


