Frases como “para eso trabajo” o “solo se vive una vez” se han vuelto comunes en conversaciones cotidianas sobre el gasto. Sin embargo, detrás de este tipo de razonamientos puede esconderse un problema más profundo: la dismorfia financiera, un fenómeno que cada vez atrae más atención desde el ámbito de la psicología económica y la educación financiera.
¿Qué es la dismorfia financiera?
La dismorfia financiera puede entenderse como una percepción distorsionada de la realidad económica personal. Así como en la dismorfia corporal una persona se ve diferente a como realmente es, en el caso financiero, un individuo cree tener más recursos de los que dispone o minimiza las consecuencias de su estilo de vida, lo que lo lleva a gastar de forma desproporcionada o poco consciente.
Este comportamiento puede estar impulsado por factores sociales, presión cultural o incluso emociones como el estrés, la frustración o la necesidad de validación externa.
¿Cómo identificarla?
los especialistas ofrecen algunas señales de alerta que pueden indicar que una persona sufre de dismorfia financiera:
Sentir que se “merece” gastar aunque no haya un respaldo presupuestal.
Hacer compras impulsivas y justificarlas emocionalmente.
Postergar el ahorro o minimizar su importancia.
Vivir por encima de las posibilidades reales, confiando en ingresos futuros inciertos.
No llevar un control claro de ingresos y gastos.
Este tipo de comportamiento no necesariamente implica un desorden clínico, pero sí puede tener consecuencias graves si no se aborda a tiempo.
Impacto en la vida cotidiana
Los efectos de una percepción distorsionada de las finanzas personales pueden abarcar desde endeudamiento crónico, dificultades para cubrir necesidades básicas, hasta ansiedad financiera o deterioro de relaciones personales.
Además, la dismorfia financiera puede impedir que una persona construya metas de mediano y largo plazo, como comprar una casa, invertir o planear una jubilación digna. A menudo, quienes la padecen terminan atrapados en un ciclo de ingreso-gasto sin acumulación de patrimonio ni estabilidad.
¿Qué se puede hacer?
Los expertos recomiendan una serie de acciones para recuperar el control y corregir la distorsión en la percepción de los ingresos:
Hacer un diagnóstico honesto de ingresos, egresos y deudas.
Adoptar herramientas de presupuesto, como aplicaciones, hojas de cálculo o asesoría financiera.
Educarse financieramente, mediante cursos, libros o plataformas especializadas.
Separar el valor personal del consumo: no todo lo que compramos define quiénes somos.
Buscar acompañamiento psicológico, si la conducta financiera está ligada a emociones profundas o hábitos difíciles de cambiar.
Reflexión final
La dismorfia financiera no es simplemente un mal hábito de gasto; es un patrón psicológico que puede afectar seriamente la calidad de vida. Identificarlo es el primer paso para transformarlo. A través de la información y la educación, es posible construir una relación más equilibrada y consciente con el dinero.
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