Veracruz y sus crisis

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Job Hernández Rodríguez

Licenciado en Economía por la Universidad Veracruzana. Maestro y Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Ha sido profesor en distintas instituciones de educación superior (UNAM, UAM, UACM y COLVER), donde ha impartido cursos de economía, ciencias políticas, estudios latinoamericanos y sociología.

Veracruz atraviesa por una crisis de múltiples dimensiones y temporalidades. En el largo plazo, es una crisis del intento de las élites por insertar a la economía veracruzana en los circuitos del capitalismo mundial. La idea de encontrar un nicho exitoso al interior de la división internacional del trabajo, que garantizara el desarrollo local, ha mostrado sus límites. Ni la oferta de productos agrícolas para la exportación, ni los hidrocarburos, han mostrado efectividad para sostenerse a largo plazo. Ni hablar de los intentos de industrialización que en Veracruz no lograron cuajar del todo. Por supuesto, se pueden reconocer algunos periodos de bonanza en los que pareciera que Veracruz va encontrando la senda de la prosperidad, pero son excepcionales.

En el mediano plazo es una crisis del modelo de inserción que retorna a la especialización productiva para la exportación que, en el caso veracruzano, implicó cierta desindustrialización y reprimarización de la economía. Dicho más sintéticamente, es el fracaso de la reconversión económica de orientación neoliberal cuyos costos sociales fueron mayúsculos y sus rendimientos magros, por decir lo menos. Ya sabemos: la reposición autoritaria del mercado como regulador exclusivo del metabolismo económico sumió a casi todas las regiones de Veracruz en el abismo del desempleo, la migración, etc. La desinversión en la industria petrolera y el abandono de la responsabilidad estatal en el caso del café, la caña de azúcar y los cítricos, por ejemplo, no nos llevaron al paraíso prometido por los neoliberales sino todo lo contrario.

Este es el momento, a partir de los años noventa, en que Veracruz se volvió un infierno: zonas enteras que se vuelven expulsoras de mano de obra y áreas de reclutamiento fácil aprovechadas por la delincuencia organizada; caída de los indicadores salariales y de bienestar; decadencia del parque industrial y portuario, etc. Todo esto está hoy a la vista de forma incontrastable: el mercado no resolvió nada, empeoró todo y la actualidad veracruzana está fuertemente definida por la crisis de este paradigma.

Finalmente, en la coyuntura o corto plazo, estas doscrisis se anudaron con la crisis financiera de las tresúltimas administraciones neoliberales.  Sin proyecto histórico en vista del fracaso del neoliberalismo al que le apostaron todo, la clase política veracruzana entró en una fase de decadencia moral e intelectual cuyos máximos exponentes fueron los últimos tres gobernadores del priismo. Sin una idea clara de qué hacer y a dónde ir, estos sujetos simplemente se dedicaron a administrar la crisis y, de paso, a llevarse lo que encontraron a mano. Su única medida administrativa fue recurrir al endeudamiento fácil de fines estéticos y tintes populistas. En lugar de solucionar los problemas estructurales los encubrieron con una falsa sensación de prosperidad proveniente de los empréstitos contraídos irresponsablemente, prorrogando la catástrofe al futuro, incumpliendo la idea de sustentabilidad tan cara al pensamiento económico contemporáneo y al diseño de última generación de las políticas públicas. Ya sabemos: no les importó comprometer las capacidades de las generaciones futuras en aras de satisfacer las del momento.

El anudamiento de estas tres crisis y la miopía –o cortoplacismo- en que finalmente desembocó fue fatal para Veracruz. Y representó un alto grado de sufrimiento para los veracruzanos.

Esto es perfectamente verificable con las cifras a disposición. Los indicadores de pobreza, marginación y carencia se incrementaron sensiblemente en los últimos años. De 2008 a 2018 la pobreza moderada aumentó 9.8 por ciento pasando de 34.3 a 44.1 por ciento, lo que significó que 800 mil personas más se sumaran a esta condición. La pobreza extrema también se incrementó: pasó de 16.8 a 17.7 por ciento (80 mil personas más). Y su contraparte, la población no pobre y no vulnerable disminuyó de 12.9 a 10.9 por ciento durante el periodo referido.

Dado este desempeño, 61.8 por ciento de los veracruzanos estaba en situación de pobreza en 2018. 10. 6 puntos porcentuales más que en 2008. Alrededor de 5.1 millones, casi un millón más que en 2008. Ese fue el costo de las políticas públicas equivocadas y los actos de corrupción y deshonestidad de la clase política veracruzana. Este incremento de la pobreza se explica, de acuerdo con diversos expertos, por el bajo crecimiento (1.5 por ciento en promedio, menor al 2 por ciento nacional), el deterioro del empleo y los salarios (que también se situaron por debajo de la media nacional) y el mal uso de los fondos federales (que, cuando no fueron desviados, se mostraron pocos efectivos en suelo veracruzano para los fines que fueron creados). Así, Veracruz se convirtió en el segundo estado con el mayor número de pobres, aunque las aportaciones y participaciones federales no dejaron de aumentar y el Estado se situó entre las entidades que más recursos de este tipo recibieron de la federación.

Los indicadores de bienestar también se deterioraron sensiblemente entre 2008 y 2018. La población veracruzana con un ingreso inferior a la línea de pobreza pasó de 54.3 a 67.9 por ciento. Y en el caso de la línea de pobreza extrema, la proporción de veracruzanos con un ingreso inferior aumentó de 20.8 a 32.2 por ciento. El ingreso laboral per cápita real cayó de 1,771.24 pesos en 2005 a 1,076.49 pesos, deflactados de acuerdo con la canasta básica alimentaria. En consecuencia, el porcentaje de la población del estado con un ingreso laboral inferior a la canasta básica alimentaria pasó de 46.2 por ciento en 2005 a 54.8 por ciento en 2019, cifra muy por encima de la nacional (38.5 por ciento).

Estos fueron los costos sociales de las tres crisis que se anudaron entre 2016 y 2018.

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